En 1994, en pleno genocidio contra la minoría tutsi en Ruanda, mil niños huérfanos o separados de sus familias fueron salvados gracias a los «convoyes de la vida» de una oenegé suiza, una historia que sale a la luz 30 años después.
La escritora francoruandesa Beata Umubyeyi Mairesse, que entonces tenía 15 años, hizo el viaje junto a su madre en un convoy el 18 de junio.
Casi todo el viaje lo hizo «echada en el fondo» del camión, lleno de niños, y «cubierta con telas» para esconderse porque las autoridades ruandesas solo habían autorizado el rescate de menores de 12 años.
Beata cuenta esta historia poco conocida en su libro «El convoy«, publicado recientemente, una investigación de varios años que empezó con sus propios «recuerdos difuminados» y que es al mismo tiempo la reconstrucción de lo que vivieron y un homenaje a quienes les salvaron, arriesgando sus propias vidas.
El genocidio contra la minoría tutsi en Ruanda, orquestado por el régimen extremista hutu entonces en el poder, mató a casi un millón de personas entre abril y julio de 1994.
Fue un proceso de exterminio sistemático, perpetrado por los militares y los milicianos del grupo paramilitar hutu Interahamwe.
Entre junio y julio de 1994, mil niños se salvaron de una muerte segura gracias a los convoyes que puso en marcha la oenegé suiza Terre des Hommes (Tdh).
También gracias al compromiso de varios extranjeros y ruandeses (una pareja de cooperantes, un cónsul, periodistas, sacerdotes y monjas) que permitieron sacarlos al vecino Burundi.
La AFP habló con varios de estos huérfanos, adoptados o acogidos en el extranjero, y que han reconstruido con valentía su historia.
Camiones abarrotados
En las fotos que Beata ha podido consultar se ven las miradas asustadas o sorprendidas de los niños mirando al fotógrafo desde el interior de los camiones o a su llegada a Burundi.
Algunos habían sido internados en orfanatos o centros de acogida antes de las masacres, o eran huérfanos tutsis cuyos padres acababan de ser asesinados.
Fueron sacados del país en autobuses o camiones abarrotados, muchos eran supervivientes de las masacres y llevaban vendas. La muerte los acechaba en cada retén de las carreteras controladas por los extremistas hutus.
Uno de los testigos, Jean-Luc Imhof, un cooperante que trabaja desde hace 30 años para la oenegé suiza, ayudó a la autora en su investigación.
En 1993 y 1994 estuvo destinado en Ruanda y volvió al país en 1995.
La organización de estos convoyes fue «caótica», recuerda.
En ese momento el genocidio llevaba semanas en marcha. A medida que avanzaban los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR), que acabaría poniendo fin al genocidio, los militares y la milicia Interahamwe «enloquecieron» porque sentían la derrota inminente.
«Terre des Hommes se enfrenta a una situación increíble: la responsabilidad de esos más de mil niños identificados», recuerda el cooperante. «Eran sobre todo niños pequeños, de entre cinco y diez años, y menores de tres años. Muchos resultaron heridos, en especial por golpes de machete», dice.
Barreras
La oenegé tomó la decisión, en acuerdo con otras entidades humanitarias internacionales, de organizar su salida.
El primer convoy, organizado a inicios de junio con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), logró llegar a Burundi.
El del 18 de junio, que no se pudo hacer con el CICR, «fue aún más arriesgado«.
«El convoy avanza hacia incógnitas increíbles, hay barreras donde los militares obligan a salir a los niños, que arriesgan su vida cada vez», relata Imhof.
Recuerda las tragedias que presenciaron estos niños para sobrevivir y los «traumas que cargan». Muchos de ellos «vieron masacrar a su familia».
«Su vida cotidiana consistía en huir de la muerte varias veces por día», cuenta.
Treinta años después, Claire Umutoni, huérfana del genocidio tutsi junto a sus cuatro hermanas, narra esos momentos con una agudeza que estremece.
«Recibimos una llamada telefónica hacia el 20 de abril de una persona cuya voz mi padre reconoció; sabía que era uno de los dignatarios de la ciudad de Butare (sur), que le dijo ‘tu hora ha llegado'».
Los padres pidieron entonces a sus hijas salir inmediatamente de la casa. Claire, de 17 años, y sus hermanas se refugiaron en diferentes sitios de los que serían expulsadas.
La joven se convierte de golpe en jefa de familia de sus cuatro hermanas tras la muerte, con una «crueldad inimaginable», de su madre el 26 de abril y de su padre el 10 de mayo.
Las hermanas se refugian en una escuela.
«Caían bombas cerca de la escuela donde estábamos con varios huérfanos; los niños habían sufrido todo tipo de heridas, en el cuerpo y emocionales, era terrible», suspira Claire en Canadá, donde vive.
El 3 de julio Claire sería llevada a Burundi en uno de los convoyes con varios huérfanos.
Caos
«Recuerdo que en la carretera había muchos genocidas huyendo con martillos y machetes (…) era un caos porque el FPR estaba a las puertas de Butare, pero aún había genocidas que querían matar a los tutsis», cuenta.
Recuerda también los controles de carretera a cargo de milicianos que llevaban «porras, grandes cuchillos de matadero, granadas» y su «sensación de miedo constante«.
Finalmente, Claire y sus hermanas son acogidas por unas tías.
«Mi tía decidió enviarme a Canadá en 1999, a un país lejano, para empezar una nueva vida, para reconstruirme… y elegí no caer en la locura», cuenta Claire, ahora funcionaria en la Oficina del Consejo Privado de Canadá y madre de tres hijos.
Regresó a Ruanda en 2008 para enterrar a sus padres, cuyos cuerpos finalmente fueron identificados.
Para Beata, el año 2024 marca un «despertar«.
«Los que eran pequeños entonces por fin están conociendo esta historia, y eso es poderoso», dice.
Tras la publicación de su libro fue contactada por varios de los niños salvados, ahora adultos.
«Cuando alguien se pone en contacto conmigo, le explico que puedo enviarle fotos e intentamos averiguar en qué convoy estuvo, el libro tiene un impacto«.
«Gracias a ustedes»
Varios de los «niños de los convoyes» se reunieron por primera vez el pasado 30 de junio con cooperantes y periodistas que participaron en su exfiltración.
El encuentro, al que asistió la AFP, tuvo lugar en el Memorial de la Shoah, en París.
Cuando Nadine Umutoni Ndekezi -que ahora vive en Bélgica- toma la palabra, evocando sus recuerdos del convoy del 3 de julio que la exfiltró del orfanato en el que se había refugiado cuando sólo tenía nueve años, la emoción se apodera del auditorio.
Agradece «la valentía» de quienes participaron en los rescates. «Estamos aquí hoy también gracias a ustedes, porque no se dieron por vencidos», dice esta mujer, ahora trabajadora social en salud mental y madre de un adolescente de 14 años.
Agradece también a Beata, que le permitió «al fin» saber quiénes le ayudaron a escapar.
«Son nuestros héroes, hicieron un acto increíble», abunda Claire Umutoni, en declaraciones a AFP.
Al final de la entrevista, Claire resume los últimos 30 años. «Elegí vivir en nombre de nuestro pueblo, que fue asesinado cuando no era culpable. Para permanecer digna e íntegra frente a los genocidas«.